Los balcones, comúnmente, son entendidos como extensiones del interior hacia el exterior que permiten una interacción con la vida cotidiana que sucede en la calle. Son definidos, normalmente, como espacios de intercambio entre lo doméstico y lo público, espacios amigables, de convivencia e interacción.
No obstante, en otro orden de ideas, el balcón también constituye un elemento arquitectónico decisivo para el poder, un espacio para la figuración y la exposición. Son muy pocos los políticos o caudillos que no se hayan hecho aclamar desde este pequeño lugar. Desde Perón en la Casa Rosada, Chávez en el Palacio de Miraflores, el Papa Juan Pablo Segundo junto a Pinochet en aquella polémica imágen desde el Palacio de la Moneda, aquel balcón temporal en el ayuntamiento de Viena donde Hitler se dirige a las masas y que luego sería reconstruido en piedra para inmortalizar dicho acto, hasta las ceremonias presidenciales del Grito de Dolores en el Zócalo de la Ciudad de México, por mencionar algunos ejemplos en los que este diminuto elemento se convierte, al menos momentáneamente, en un espacio notable para la ciudadanía.
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